Para equilibrar el año solar con el cronológico, cada cuatro años se hace un ajuste y se agrega un día más al calendario, dando lugar a un año bisiesto.
Los años bisiestos tienen mala fama y son objeto de todo tipo de supersticiones. El asesinato de Ghandi, el de Martin Luther King, también el de Lenon o el hundimiento del Titanic tuvieron lugar en años bisiestos, lo que ha contribuido a engrosar esa leyenda de mal fario, pero lo cierto es que astrológica y númericamente un año bisiesto en un periodo ordinario, quizá con una energía más fuerte, y, sobre todo, muy positiva para renacer y reinventarnos.
A mí, personalmente, me gusta mirar al año bisiesto alejada de malos presagios. Hay que pensar que disponemos de un día más, de un día extra para luchar por nuestros sueños, para amar, para disfrutar, para vivir la vida.
Ese día extra se añade al mes de febrero, y de ahí arranca la mala fama de los años bisiestos, porque febrero era considerado funesto por los romanos, ya que era el mes de los muertos, cuando nadie se casaba ni se abrían los templos. Con el paso de los siglos la tradición pagana siguió asociando el mes de febrero con el mal agüero, y, cuando el calendario gregoriano decidió aumentarle un día más al mes de la celebración de los muertos, la fama de mal fario aumentó.
En la actualidad, hay creencias para todos los gustos. En países como Irlanda, nacer un 29 de febrero se relaciona con la buena suerte y los padres de los bebés que nacen ese día reciben un premio de cien euros. Sin embargo, en Escocia o Grecia, se considera de mala suerte casarse a lo largo del año bisiesto y dicha fecha es comparada con un viernes 13 o martes 13.
En líneas generales, a los años bisiestos se les atribuye un mayor número de desastres naturales, crisis económicas o desgracias.
Como ya os he dicho, yo soy de las que prefieren quedarse con lo positivo y disfrutar de este día extra que nos regala el almanaque. Pero para los supersticiosos, os diré que podéis protegeros de malas influencias llevando un cuarzo blanco en un bolsillo o en el bolso. De vez en cuando, hay que sumergirlo en agua y sal gorda para limpiarlo de malas energías.